jueves, 22 de diciembre de 2016

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 2)

Lo más sencillo para él habría sido esfumarse del cuadro y volver al museo en aquel preciso instante, pero apenas acababa de llegar, y entre cada viaje su hermana y él tenían que esperar alrededor de media hora. En cualquier caso, marcharse sin Mary no era una opción, así que inspiró todo el aire que sus pulmones le permitieron y empezó a correr tan rápido como pudo hacia la lejana ciudad en llamas. Al echar su cabeza hacia atrás, se dio cuenta de que todos los curiosos personajes que había por allí le estaban persiguiendo. Un cerdo con un velo de monja y un conejo con aspecto de cazador fueron los únicos que logró distinguir, las demás criaturas no se parecían a nada que hubiera visto antes. “¡Daos prisa o éste también se escapará! –exclamaba uno de ellos, refiriéndose probablemente a Mary– ¡cogedle o el amo volverá a castigarnos!”. Por suerte, resultó ser que ninguno de ellos era demasiado rápido, por lo que al fin pudo llegar a la ciudad llameante sin ser atrapado. Las calles de aquel sitio comenzaron a llenarse de toda clase de seres, cada uno más raro que el anterior, portando desde antorchas hasta tridentes afilados a más no poder. Michael no tuvo más remedio que esconderse en el primer callejón que encontró, por alguna razón no iban a parar hasta que lograran ponerle la mano encima.
Mary llevaba años agotando la paciencia de su hermano, cada vez que visitaban un museo cometía la misma travesura, y a Michael no le quedaba más remedio que ir detrás de ella. Aunque después de cada una de sus escapadas –o, al menos, así es como a ella le gustaba llamarlo– siempre prometía que no volvería a hacerlo sin avisar, la joven nunca fue capaz de cumplir su palabra. “¡Es la última vez que voy a por ella! –se decía el muchacho a sí mismo, enfurecido a la vez que asfixiado por un calor abrasador–, ¡la próxima vez tendrá que arreglárselas ella sola!”. Sin embargo, a pesar de que nunca antes había estado tan enfadado, en el fondo era un gran alivio para él saber que su hermana había conseguido escapar de las garras de aquellas criaturas. De repente, cuando parecía que ya nada podía ir a peor,  la tierra empezó a temblar violentamente. Michael se asomó a la esquina del callejón para descubrir qué estaba ocurriendo, fue en ese momento cuando comprendió por qué los lugareños temían tanto la furia de su señor. El amo del Infierno acababa de llegar a la ciudad, y todo apuntaba a que iba a unirse a los demás en su búsqueda. El joven quedó aterrorizado en cuanto lo vio, un gigante con cabeza de pájaro y un caldero por sombrero, sabía que aquel monstruo era capaz de devorar a una persona en un abrir y cerrar de ojos.

Capítulo anterior:

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 1):
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Continuará en:

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Jardín (Parte 1) 

Cristo en el Limbo El Bosco
Foto: Cristo en el Limbo (≈1575 d.C.) Art. Seguidor de El Bosco

jueves, 8 de diciembre de 2016

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 1)

El caos y la locura podían respirarse en cada rincón de aquel pintoresco lugar, además de un intenso olor a azufre, Michael no había visto nada parecido en toda su vida. El tiempo jugaba en su contra, el fuego estaba devorando la misteriosa ciudad que asomaba por el horizonte, y su hermana Mary podría estar allí. Era realmente curioso, por más que ardieran, pronto comprendió que aquellos edificios negros nunca terminaban de quemarse, como si las llamas fueran parte de sus fachadas. Podría haberle parecido extraño a cualquiera, pero él sabía perfectamente que aquello era lo más normal que iba a encontrarse por allí. Estaba en el Infierno, tal y como lo había imaginado el Bosco hacía cientos de años en su tríptico de El Jardín de las Delicias. No era la primera vez –ni tampoco sería la última, desde luego– que Mary desaparecía sin avisar antes a Michael, nada le gustaba más que perderse entre los colores de sus lienzos favoritos. Su hermano y ella tenían un don muy especial, podían sumergirse en el interior de cualquier cuadro que acabaran de ver, no tenían más que cerrar sus ojos, dejar la mente en blanco, y concentrarse sólo en la imagen de la pintura. Siempre lo hacían en un lugar apartado del museo, para que nadie pudiera verles esfumarse como por arte de magia, era un secreto que habían prometido no compartir.
Todo era mucho más aterrador que en el museo, aquello estaba lleno de víctimas de las más variadas torturas. Pero lo más escalofriante era, sin lugar a dudas, la identidad de los torturadores. Por todas partes había criaturas fantásticas que, lejos de despertar algo de ternura en su interior, eran totalmente perturbadoras. El ruido del entorno era ensordecedor, Michael apenas podía escuchar sus propios pensamientos, el gran alboroto y la música de unos exóticos instrumentos eran los culpables. La anarquía y la confusión de aquella escena le ayudaron a pasar desapercibido al principio, mientras intentaba llegar a la ardiente ciudad donde podría estar Mary. Sin embargo, su moderna apariencia no tardaría en llamar la atención de aquellos personajes, él era el único extraño en aquel mundo de fantasía. Cuando trataba de cruzar el lago helado que dividía aquel lugar, un pequeño ser con cabeza de colibrí y una larga melena se plantó justo ante él. “¡Otro mortal, otro mortal! –gritaba aquella criatura sin parar, apuntándole con algo parecido a un cetro–, ¡el amo va a ponerse furioso otra vez!”. La música se detuvo sin previo aviso, el silencio se abrió paso entre la algarabía y todos los ojos apuntaron hacia Michael. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda de arriba a abajo, era evidente que aquello no podía ser, de ninguna manera, una buena señal. 

Capítulo siguiente:
A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 2):

El Infierno El Jardín de las Delicias El Bosco
Foto: El Infierno, panel derecho del tríptico de El Jardín de las Delicias (≈ 1500 d.C.)
Art. Jheronimus Bosch (El Bosco)