Ninguna noche antes había sido tan larga
como las últimas, su cama nunca había visto dar tantas y tantas vueltas entre
los recovecos de aquellas viejas sábanas. Y no es que tuviera compañía, más
allá de esa soledad que le arropaba cada noche, aunque no le habría importado
en absoluto que así fuera. Ella no podía saberlo todavía, pero su nueva
compañera de rellano se había convertido en la ladrona de sus sueños. Ya no
habría otra imagen en su mente que no fuera ella, los nervios y otras emociones
que era incapaz de comprender no tardarían en ahuyentar a esa tranquilidad que
llevaba años persiguiendo. ¿Quién habría dicho que ahora era uno de esos
idiotas de los que se compadecía hacía sólo unas semanas?
Al principio llegó a pensar que aquello no podría durar mucho,
pero pronto se dio cuenta de que sus pensamientos no iban a escapar de aquella
mujer sin más. Sabía que la única manera de acabar con aquella maldita tortura
mental era armarse de valor e ir a por ella. ¿Qué problema podía haber?, aunque
hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez, ya había tenido que hacerlo en
alguna que otra ocasión. Sin embargo, había algo en esa mujer que le hacía
enmudecer casi por completo cada vez que se cruzaban. Quizá fuera por ese azul
tan claro que parecía dar vida propia a sus ojos, o tal vez fuera por el brillo
dorado que irradiaba su larga melena. Lo único seguro era que, cada vez que
dejaba escapar la oportunidad de hablar con ella, se acababa sintiendo
realmente estúpido. ¿Por qué sería tan complicado?, ¡cuántas veces había
perdido la noción del tiempo jugando a imaginar qué podría decirle! Pero al
final todos esos encuentros con los que soñaba despierto no serían más que
fantasía, al igual que esa imagen de ella desnuda y cubierta de pétalos, como
en aquella película, que era imposible borrar de su mente.
Y así pasaron, lentamente, los días, las semanas e incluso los
meses. Y aunque todavía no hubiera sido capaz de articular palabra alguna en su
presencia, en el interior de su cabeza ya eran cientos los momentos
inolvidables que había vivido a su lado. Su deseo de sacarlos de allí y
hacerlos realidad de una vez se hizo tan grande que, tras llenar sus pulmones
con algo de aire y sobre todo de coraje, al fin logró encerrar sus miedos por
un instante y emprender aquel largo camino que llevaba a su apartamento. Sin
embargo, se llevó una gran sorpresa al ver abierta esa puerta que tantas veces
había cruzado en sus sueños. El vacío de sus paredes pronto le hizo comprender
que el último tren a aquella belleza había pasado ya.
Camino a la belleza, Parte 1:
Foto: American Beauty (1999) Dir. Sam Mendes
Me encanta el relato Alberto. No se si ha terminado o continuará... ¡Te seguiré!
ResponderEliminarSaludos desde: https://zmoyamilo.blogspot.com.es/
Muchas gracias, a veces el mejor final es el que se encuentra dentro de nosotros mismos... Un saludo!
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