jueves, 22 de diciembre de 2016

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 2)

Lo más sencillo para él habría sido esfumarse del cuadro y volver al museo en aquel preciso instante, pero apenas acababa de llegar, y entre cada viaje su hermana y él tenían que esperar alrededor de media hora. En cualquier caso, marcharse sin Mary no era una opción, así que inspiró todo el aire que sus pulmones le permitieron y empezó a correr tan rápido como pudo hacia la lejana ciudad en llamas. Al echar su cabeza hacia atrás, se dio cuenta de que todos los curiosos personajes que había por allí le estaban persiguiendo. Un cerdo con un velo de monja y un conejo con aspecto de cazador fueron los únicos que logró distinguir, las demás criaturas no se parecían a nada que hubiera visto antes. “¡Daos prisa o éste también se escapará! –exclamaba uno de ellos, refiriéndose probablemente a Mary– ¡cogedle o el amo volverá a castigarnos!”. Por suerte, resultó ser que ninguno de ellos era demasiado rápido, por lo que al fin pudo llegar a la ciudad llameante sin ser atrapado. Las calles de aquel sitio comenzaron a llenarse de toda clase de seres, cada uno más raro que el anterior, portando desde antorchas hasta tridentes afilados a más no poder. Michael no tuvo más remedio que esconderse en el primer callejón que encontró, por alguna razón no iban a parar hasta que lograran ponerle la mano encima.
Mary llevaba años agotando la paciencia de su hermano, cada vez que visitaban un museo cometía la misma travesura, y a Michael no le quedaba más remedio que ir detrás de ella. Aunque después de cada una de sus escapadas –o, al menos, así es como a ella le gustaba llamarlo– siempre prometía que no volvería a hacerlo sin avisar, la joven nunca fue capaz de cumplir su palabra. “¡Es la última vez que voy a por ella! –se decía el muchacho a sí mismo, enfurecido a la vez que asfixiado por un calor abrasador–, ¡la próxima vez tendrá que arreglárselas ella sola!”. Sin embargo, a pesar de que nunca antes había estado tan enfadado, en el fondo era un gran alivio para él saber que su hermana había conseguido escapar de las garras de aquellas criaturas. De repente, cuando parecía que ya nada podía ir a peor,  la tierra empezó a temblar violentamente. Michael se asomó a la esquina del callejón para descubrir qué estaba ocurriendo, fue en ese momento cuando comprendió por qué los lugareños temían tanto la furia de su señor. El amo del Infierno acababa de llegar a la ciudad, y todo apuntaba a que iba a unirse a los demás en su búsqueda. El joven quedó aterrorizado en cuanto lo vio, un gigante con cabeza de pájaro y un caldero por sombrero, sabía que aquel monstruo era capaz de devorar a una persona en un abrir y cerrar de ojos.

Capítulo anterior:

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 1):
http://lasvidasquenofueron.blogspot.com.es/2016/12/a-traves-del-lienzo-la-ruta-de-las-delicias-el-infierno-parte-1.html

Continuará en:

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Jardín (Parte 1) 

Cristo en el Limbo El Bosco
Foto: Cristo en el Limbo (≈1575 d.C.) Art. Seguidor de El Bosco

jueves, 8 de diciembre de 2016

A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 1)

El caos y la locura podían respirarse en cada rincón de aquel pintoresco lugar, además de un intenso olor a azufre, Michael no había visto nada parecido en toda su vida. El tiempo jugaba en su contra, el fuego estaba devorando la misteriosa ciudad que asomaba por el horizonte, y su hermana Mary podría estar allí. Era realmente curioso, por más que ardieran, pronto comprendió que aquellos edificios negros nunca terminaban de quemarse, como si las llamas fueran parte de sus fachadas. Podría haberle parecido extraño a cualquiera, pero él sabía perfectamente que aquello era lo más normal que iba a encontrarse por allí. Estaba en el Infierno, tal y como lo había imaginado el Bosco hacía cientos de años en su tríptico de El Jardín de las Delicias. No era la primera vez –ni tampoco sería la última, desde luego– que Mary desaparecía sin avisar antes a Michael, nada le gustaba más que perderse entre los colores de sus lienzos favoritos. Su hermano y ella tenían un don muy especial, podían sumergirse en el interior de cualquier cuadro que acabaran de ver, no tenían más que cerrar sus ojos, dejar la mente en blanco, y concentrarse sólo en la imagen de la pintura. Siempre lo hacían en un lugar apartado del museo, para que nadie pudiera verles esfumarse como por arte de magia, era un secreto que habían prometido no compartir.
Todo era mucho más aterrador que en el museo, aquello estaba lleno de víctimas de las más variadas torturas. Pero lo más escalofriante era, sin lugar a dudas, la identidad de los torturadores. Por todas partes había criaturas fantásticas que, lejos de despertar algo de ternura en su interior, eran totalmente perturbadoras. El ruido del entorno era ensordecedor, Michael apenas podía escuchar sus propios pensamientos, el gran alboroto y la música de unos exóticos instrumentos eran los culpables. La anarquía y la confusión de aquella escena le ayudaron a pasar desapercibido al principio, mientras intentaba llegar a la ardiente ciudad donde podría estar Mary. Sin embargo, su moderna apariencia no tardaría en llamar la atención de aquellos personajes, él era el único extraño en aquel mundo de fantasía. Cuando trataba de cruzar el lago helado que dividía aquel lugar, un pequeño ser con cabeza de colibrí y una larga melena se plantó justo ante él. “¡Otro mortal, otro mortal! –gritaba aquella criatura sin parar, apuntándole con algo parecido a un cetro–, ¡el amo va a ponerse furioso otra vez!”. La música se detuvo sin previo aviso, el silencio se abrió paso entre la algarabía y todos los ojos apuntaron hacia Michael. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda de arriba a abajo, era evidente que aquello no podía ser, de ninguna manera, una buena señal. 

Capítulo siguiente:
A través del lienzo, La ruta de las delicias: El Infierno (Parte 2):

El Infierno El Jardín de las Delicias El Bosco
Foto: El Infierno, panel derecho del tríptico de El Jardín de las Delicias (≈ 1500 d.C.)
Art. Jheronimus Bosch (El Bosco)

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Buenos tiempos, malos tiempos

En los días de su juventud, le contaron qué significa ser un hombre. Ahora ha llegado al fin a esa edad, y está intentando hacerlo lo mejor posible. Pero no importa cuánto lo intente, siempre acaba metido en la misma mierda. Buenos tiempos, malos tiempos, ella bien sabe que ha tenido de todo. Y aunque su mujer se marchó de casa para irse con aquel tipo de ojos castaños, bueno, parece que nunca le ha preocupado mucho.
Sólo dieciséis años, se enamoró de la chica más dulce de todas. Apenas habían pasado un par de días, pero ya había pasado de él. Ella le juró que sería sólo suya, sí, y también que le amaría hasta el final, cuando él le susurró al oído: “Ya he perdido otra amiga”. Buenos tiempos, malos tiempos, él mismo sabe que ha tenido de todo. Y aunque su mujer volvió con el rabo entre las piernas, bueno, parece que eso tampoco le importó mucho.
Buenos tiempos, malos tiempos, todo el mundo ha tenido de todo. Y cuando su mujer se volvió a largar con todo su dinero, bueno, parece que entonces empezó a preocuparse. Él sabe mejor que nadie qué significa estar solo, y claro que le gustaría volver a su hogar. No le importaba lo que hablara la gente, porque iba a amarla todos y cada uno de los días de su vida. Ella es la única que puede sentir cómo late su corazón, aquella dulce niña que por fin entendió que nada podría separarles.

Versión libre de “Good Times, Bad Times”
Álbum “Led Zeppelin I” (1964) Art. Led Zeppelin

Good Times Bad Times Led Zeppelin I
Foto: Portada del Álbum “Led Zeppelin I” (1964) Art. Led Zeppelin

domingo, 27 de noviembre de 2016

Uno de los muertos, Parte 2

La sangre y el dolor habían teñido de rojo y negro los últimos años de su vida, el amable azul del pequeño pueblo costero donde creció quedaba demasiado atrás. Su pasado fue enterrado poco a poco por el paso de los años, y también por los llantos y los ruegos de sus víctimas, aunque su versión de los hechos fuera bien diferente. No era ningún loco solitario, las misiones que cumplía –o, al menos, así es como ellos lo llamaban– venían siempre desde arriba. Los medios hablaban casi a diario de él y los suyos como una banda de criminales, lejos de la idea de justicia que movía cada uno de sus pasos. Y es que la elección de sus blancos nada tenía que ver con el azar, eran ellos los malhechores que debían pagar sus cuentas pendientes.
Sin embargo, al infeliz que había sido secuestrado poco o nada le importaban las razones que movían a aquel grupo de locos. ¿Qué importaba lo que él hubiera hecho?, se lamentaba ingenuamente, ¡aquel tipo de negro no era quién para juzgarle! Y a pesar de que lo pensara de verdad, no podía dejar de llorar y rogar por su vida, tratando de encontrar en su captor algo de aquella compasión que él jamás había tenido. ¿Quién podría haber imaginado que aquel pobre hombre era en realidad un monstruo?, a la mañana siguiente los periódicos únicamente hablarían de una nueva víctima a manos de unos perturbados, y nadie conocería nunca la verdad detrás de aquella muerte. No era la primera vez que aquel hombre fundido con las sombras hacía algo así, ni tampoco iba a ser la última, desde luego. La organización se cruzó por su camino cuando era todavía muy joven, dando algo de sentido a una vida que se presentaba sin rumbo. Y no era una excepción, la mayoría de los que entraban en aquel mundo no eran más que niños que, al igual que él, andaban perdidos por la vida.
Aquel muchacho risueño que un día fue se había esfumado por completo, en su vida ya no había nada más allá de la organización. Su madre seguía preguntándose cada día qué sería de su hijo, aquel niño tan amable y cariñoso que le había regalado los mejores años de su vida. Pero para él era imposible recordar nada de aquello, la oscuridad de su corazón había borrado de su memoria los dulces momentos de su infancia, y también otras muchas cosas. Llegado el momento de poner fin de una vez por todas a aquella escena, su pulso no temblaría lo más mínimo al apretar el gatillo de la pistola, aunque en realidad fuera él quien ya estaba muerto por dentro.

Goodfellas Uno de los Nuestros Martin Scorsese Joe Pesci Robert de Niro Ray Liotta
Foto: Uno de los Nuestros (Goodfellas) (1990) Dir. Martin Scorsese

sábado, 19 de noviembre de 2016

Uno de los muertos, Parte 1

Apenas llevaba un par de minutos fuera, pero el traje negro que le acompañaba a todas partes ya se había fundido con las sombras de la noche. Poco más que oscuridad había por aquel sitio remoto, la llama del cigarrillo que sostenían sus heladas manos era lo más parecido a una luz que podía verse por allí. La elección de una pequeña caseta perdida en mitad de la nada no había sido fruto del azar, nadie podía enterarse de lo que allí estaba ocurriendo. Era el momento de volver adentro y acabar de una vez por todas lo que había empezado, ya se había entretenido demasiado, así que se apresuró en poner fin a la vida del pitillo con una intensa calada.
Atado de pies y manos a una vieja silla y con la boca amordazada, el hombre que esperaba dentro sintió un horrible escalofrío cuando vio la puerta abrirse de nuevo. Cada paso que daba hacia él aquel desconocido hacía correr un nuevo temblor por su cuerpo, ya se había divertido bastante a su costa o, al menos, eso era lo que él pensaba. Y aunque le costó todo un mundo asumirlo, finalmente entendió que no había manera de escapar de allí, por lo que decidió cerrar sus ojos y hacer volar su mente. ¿Cómo podían haber cambiado así las cosas de un momento para otro?, aquella misma mañana había estado jugando como un niño con sus hijas pequeñas, y por la tarde había quedado con aquellos amigos que tantos meses llevaba sin ver. Precisamente, fue de camino a aquel esperado encuentro cuando, sin previo aviso, recibió un tremendo golpe en la cabeza. Lo siguiente que vería al abrir los ojos serían aquellas cuatro paredes negras que, si nadie lo impedía, iban a presenciar su final.
¿Por qué a mí?, se repetía a sí mismo una y otra vez, entre lágrima y llanto, convencido de la injusticia y la crueldad del destino. Sin embargo, a pesar de aquellos lamentos, lo cierto es que nada de casualidad había en lo que le estaba sucediendo. El hombre de negro que lo había arrastrado hasta allí sabía muy bien quién era él y las cosas que había estado haciendo, de nada le iba a valer seguir ocultando sus secretos más inconfesables. Si el perdón era la llave de su salvación, no parecía que aquel día fuera a tener suerte, había llegado la hora de pagar por sus pecados.

Uno de los muertos, Parte 2:
Reservoir Dogs Quentin Tarantino
Foto: Reservoir Dogs (1992) Dir. Quentin Tarantino

lunes, 7 de noviembre de 2016

Camino a la belleza, Parte 2

Ninguna noche antes había sido tan larga como las últimas, su cama nunca había visto dar tantas y tantas vueltas entre los recovecos de aquellas viejas sábanas. Y no es que tuviera compañía, más allá de esa soledad que le arropaba cada noche, aunque no le habría importado en absoluto que así fuera. Ella no podía saberlo todavía, pero su nueva compañera de rellano se había convertido en la ladrona de sus sueños. Ya no habría otra imagen en su mente que no fuera ella, los nervios y otras emociones que era incapaz de comprender no tardarían en ahuyentar a esa tranquilidad que llevaba años persiguiendo. ¿Quién habría dicho que ahora era uno de esos idiotas de los que se compadecía hacía sólo unas semanas?
Al principio llegó a pensar que aquello no podría durar mucho, pero pronto se dio cuenta de que sus pensamientos no iban a escapar de aquella mujer sin más. Sabía que la única manera de acabar con aquella maldita tortura mental era armarse de valor e ir a por ella. ¿Qué problema podía haber?, aunque hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez, ya había tenido que hacerlo en alguna que otra ocasión. Sin embargo, había algo en esa mujer que le hacía enmudecer casi por completo cada vez que se cruzaban. Quizá fuera por ese azul tan claro que parecía dar vida propia a sus ojos, o tal vez fuera por el brillo dorado que irradiaba su larga melena. Lo único seguro era que, cada vez que dejaba escapar la oportunidad de hablar con ella, se acababa sintiendo realmente estúpido. ¿Por qué sería tan complicado?, ¡cuántas veces había perdido la noción del tiempo jugando a imaginar qué podría decirle! Pero al final todos esos encuentros con los que soñaba despierto no serían más que fantasía, al igual que esa imagen de ella desnuda y cubierta de pétalos, como en aquella película, que era imposible borrar de su mente.
Y así pasaron, lentamente, los días, las semanas e incluso los meses. Y aunque todavía no hubiera sido capaz de articular palabra alguna en su presencia, en el interior de su cabeza ya eran cientos los momentos inolvidables que había vivido a su lado. Su deseo de sacarlos de allí y hacerlos realidad de una vez se hizo tan grande que, tras llenar sus pulmones con algo de aire y sobre todo de coraje, al fin logró encerrar sus miedos por un instante y emprender aquel largo camino que llevaba a su apartamento. Sin embargo, se llevó una gran sorpresa al ver abierta esa puerta que tantas veces había cruzado en sus sueños. El vacío de sus paredes pronto le hizo comprender que el último tren a aquella belleza había pasado ya. 

Camino a la belleza, Parte 1:

American Beauty Sam Mendes Kevin Spacey
Foto: American Beauty (1999) Dir. Sam Mendes

martes, 1 de noviembre de 2016

Camino a la belleza, Parte 1

El amor fue siempre la última de sus preocupaciones, ¿cómo podía haber gente que soñara con encontrar a alguien?, ¡había que ser idiota! Y no es que siempre hubiera estado solo, claro que no, simplemente pensaba que esas cosas sucedían sin más, si es que acaso tenían que ocurrir. Mujeres hubo en su vida, desde luego, hasta que en los últimos años la soledad terminó por convertirse en el único de sus amores. Y aunque sus ideas fueran firmes, lo cierto era que la triste venda que tapaba sus ojos le impedía ver que muchos otros ya se habían equivocado antes como él.
Las grandes emociones que habían llenado sus días ahora sólo formaban parte del pasado, ya hubo tiempo para eso y mucho más años atrás. El tiempo había hecho de la suya una vida tranquila sin quebraderos de cabeza, pero también sin alegrías, y tal vez él mismo también tuviera algo que ver. Los días del abandono se escapaban uno detrás de otro, los rayos del alba se colaban cada mañana a través de la vieja ventana de su descuidada habitación, volviéndose difícil de verdad distinguir si aquello era un nuevo día o si se estaba repitiendo de nuevo el anterior. Poco más que apatía podía encontrarse por los rincones de un apartamento que era realmente pequeño al lado del enorme vacío que llenaba sus paredes. Quizá no fuera la vida soñada por nadie, pero gracias a aquella calma había logrado sentir algo parecido a esa felicidad que tanto deseaba. Sin embargo, como siempre había sido y seguiría siendo, sólo era cuestión de tiempo que todo volviera a cambiar.
Una mañana que se había empeñado en copiar a las anteriores acabaría siendo totalmente diferente, el largo rellano que daba a su entrada estaba lleno de toda clase de objetos. Pero aquella mudanza no era ninguna novedad, siempre había gente entrando y saliendo de aquel apartamento al fondo del pasillo. Cuando parecía que nada iba a cambiar, las puertas del ascensor se abrieron de par en par para revelar la misteriosa identidad de su todavía desconocida vecina. Ya nunca olvidaría la primera vez que sus miradas se cruzaron, era la segunda vez aquella misma mañana que un rayo de luz iluminaba su deslucido rostro. Esas emociones que llevaban tanto tiempo durmiendo despertaron del olvido, todo su mundo empezó a tambalearse al ver la escultural silueta de aquella belleza alejarse hacia la puerta de su nuevo piso, ¿sería capaz de dar el paso y emprender aquel mismo camino?

Rrocky John G Avildsen Silvester Stallone Talia Shire
Foto: Rocky (1976) Dir. John G. Avildsen

sábado, 22 de octubre de 2016

Sonrisas sin lágrimas

La dictadura del miedo había llegado para quedarse, ¿quién habría dicho que apenas habían pasado un par de semanas? La violencia se había hecho con el control de las calles, las aceras bañadas de sangre ya no extrañaban a nadie. La paz que había presidido hasta entonces aquel tranquilo pueblo había sido secuestrada, nadie estaba a salvo fuera de casa. Los periódicos de todas partes no tardaron en hacerse eco de la noticia, cuatro enmascarados disfrutaban convirtiendo sus excesos en diversión allí por donde pasaban. Todo el mundo lo sabía, pero al final de cada caza siempre daban con algún incauto con la palabra víctima escrita en su frente, ¿podría alguien poner fin a aquella locura?
Costaba creer que nadie hubiera sido capaz de atraparles, lo cierto es que no eran, en absoluto, discretos. Aquellos que fueron víctimas de sus macabros juegos ya nunca olvidarían las siniestras máscaras que usaban para ocultar sus pecados. La más escalofriante de ellas era, sin lugar a dudas, la que cubría la cara del líder del grupo. El rostro de un jabalí con melena era la inquietante imagen que muchos veían antes de perder el conocimiento. Sin embargo, debieron de pensar que aquello no era tan escalofriante, así que fueron todavía más allá. Una siniestra melodía que uno de ellos reproducía de algún modo acompañaba a cada una de sus fechorías, mezclándose con las carcajadas que brotaban desde lo más oscuro de sus corazones. Y aunque aquella canción se hizo muy conocida, nadie tenía el valor de escucharla, por razones más que obvias. ¿Quién habría podido imaginar que un día llegaron a ser personas normales? De hecho, ninguno de sus vecinos podría haber encajado que el más joven de ellos era ese chico educado que siempre saludaba, un muchacho que todavía tenía varios años de colegio por delante.
Y cuando parecía que aquello no había hecho más que empezar, se esfumaron por completo de la noche a la mañana. Tal vez no fueran más que animales para muchos, quizá realmente lo eran, pero para nada eran idiotas. Su búsqueda se había vuelto tan intensa que no tuvieron más opción que desaparecer, ya no quedaban lugares sin curiosos donde pudieran divertirse. Los días del terror fueron pasando, lentamente, hasta que la calma regresó de nuevo a las vidas de la gente. Incluso hubo algunos que, con más corazón que cabeza, llegaron a pensar que tenían tanto miedo de ser atrapados que habían escapado para ya nunca volver. Pero la mayoría de los vecinos sabía muy bien que seguían entre ellos, ajenos a toda preocupación, y que era cuestión de tiempo que volvieran a hacer de las suyas. Y no les faltaba razón, aquella terrorífica música envuelta de risas no tardaría en sonar una vez más.

La Naranja Mecánica A Clockwork Orange Stanley Kubrick
Foto: La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange) (1971) Dir. Stanley Kubrick

viernes, 14 de octubre de 2016

Azares sin fortuna

Aunque todos a su alrededor jadearan como locos, él había enmudecido por completo. El cañón de la pistola estaba empapado por el sudor de su sien, y el dedo con el que estaba a punto de apretar el gatillo no dejaba de temblar. Aquella misma tarde le habían convencido de que la ruleta rusa no era más que un juego, pero no tardó en darse cuenta de que los dados y las cartas que tantas horas le habían robado nada tenían que ver con aquello. Si ganaba la partida, su vida podría volver de nuevo a la normalidad, por cortesía, eso sí, de la sangre del muchacho que estaba sentado frente a él.
Su chica nunca llegó a entender cómo el alcohol había convertido, sin que pudiera darse cuenta, lo que un día fue su vida en un juego sin reglas. Tan sólo unos meses atrás pasaba cada noche abrazado a ella, su amor era suficiente para llenar el vacío de su torturada alma, y así sería hasta que el azar se cruzó por sus caminos. Un día como otro cualquiera, seguramente un sábado, uno de sus amigos tuvo una gran idea: ¡qué bien lo iban a pasar en aquel enorme casino que nunca habían pisado! Y así fue, tanto, que volverían semana tras semana en busca de aquella sensación. ¿Cómo podían no haber ido antes? Nunca se había sentido tan vivo, no había apuestas sin copas, y no había copas sin mujeres. En poco tiempo, aquello se convirtió en su única vida, y todo lo que antes tenía había desaparecido, incluso ese amigo que había tenido aquella brillante idea. El alcohol hizo que todo sucediera mucho más deprisa, no fue hasta que llegó al borde del abismo cuando al fin entendió lo que había ocurrido. ¿De verdad le debía todo ese dinero a aquellos tipos? ¿Dónde se había metido su auténtica vida?
Pero todo apuntaba a que ya era demasiado tarde para hacer preguntas. El delirio del alcohol pronto dio paso al escalofrío de la muerte, nunca había arriesgado tanto en ningún otro juego, a cambio de tan poco. Todo por perder y nada que ganar, ¿por qué llamarían juego a aquella estupidez?, se repetía a sí mismo, una y otra vez. Justo en ese momento, le pareció ver, escondida entre la multitud, a su chica, llena de esa luz que ya no brillaba en su vida y con la mirada clavada hasta el fondo de su corazón. Había ido hasta allí sólo para rescatarle, pensó él, aunque tal vez no fuera más que un espejismo haciéndole ver todo lo que había perdido. Sin embargo, todavía era pronto para descubrirlo, el gatillo estaba esperando.

El Cazador The Deer Hunter Michael Cimino Robert de Niro
Foto: El Cazador (The Deer Hunter) (1978) Dir. Michael Cimino

jueves, 6 de octubre de 2016

Amar con el Diablo, Parte 2

Lo había escuchado alto y claro, pero no podía dejar de frotarse los ojos. Aunque fuera mucho más real que cualquiera de sus pesadillas, era del todo imposible que aquello estuviera sucediendo de verdad. Las llamas trataban de escapar de los ojos de aquel personaje, una mirada inyectada en sangre que se clavaba hasta el fondo de su alma. De su cabeza brotaban dos largos cuernos, y eran tan rojos como la cola puntiaguda que asomaba detrás de él. El Diablo se había aparecido en mitad de la noche como por arte de magia, con un tridente en una mano y una oferta bajo el brazo. Pero, ¿por qué a él y no a otro? Aquel hombre asustado no era nadie, ni tenía nada, o, al menos, eso era lo que creía.
Nada más y nada menos que fortuna, ¡todo lo que hubiera podido imaginar! Esa vida de lujo con la que llevaba tantos años fantaseando estaba, de repente, al alcance de su mano. ¡Qué generoso, este Diablo!, pensó por un momento. ¿Por qué la gente hablará siempre tan mal de él? Su imaginación empezó a volar, ya podía verse a sí mismo relajado en la arena de la isla paradisíaca que llevaría su nombre, y también a todos esos peces junto a los que nadaría por las aguas cristalinas de sus playas. Sin embargo, aquella euforia no duraría mucho, pues no era un regalo lo que el Diablo tenía para él, sino un trato. A cambio de todo aquello, lo único que tendría que hacer sería renunciar a ese amor que acababa de entrar a su vida. Además, el Diablo, tratando de fingir algo de empatía, le garantizaba que su chica no sufriría en absoluto. Si aceptaba aquel pacto, a la mañana siguiente ella le habría olvidado por completo. Siempre había pensado que el amor era lo más importante, pero, al fin y al cabo, apenas hacía un par de meses que se habían conocido, y nadie podía asegurarle que aquello fuera a ser para siempre.
Y aunque al principio tuvo algunas dudas, no tardaría mucho en tomar una firme decisión. No iba a cambiar el amor por nada en el mundo, aquella mujer podría ser el amor de su vida y no estaba dispuesto a renunciar a ella. Tan pronto como aquellas palabras salieron de su boca, el Diablo se esfumó y la habitación volvió a la normalidad. El calor dio paso de nuevo al frío y, pasados pocos minutos, se durmió profundamente. Cuando despertó, fue directo a mirarse en el espejo, como cada mañana, y al ver su rostro reflejado en el cristal volvió a preguntarse una vez más por qué seguía solo. Tanto la última noche como los recuerdos de aquel amor se habían borrado de su mente, aquella noche alguien más había recibido aquella misma oferta, pero él ya nunca lo sabría.

Wish You Were Here Pink Floyd
Foto: Detalle de la Portada del Álbum "Wish You Were Here" (1975) 
Art. Pink Floyd

domingo, 2 de octubre de 2016

Amar con el Diablo, Parte 1

Dos eran las cosas que aquel hombre había deseado desde bien niño: amor y fortuna. Sin embargo, el destino debió de pensar, por algún motivo que a él se le escapaba, que ninguna de esas cosas estaban hechas para él. Su treinta cumpleaños había sido hacía sólo una semana y, desde entonces, día y noche se preguntaba qué había hecho mal. Vivía en un pequeño apartamento, donde apenas había espacio para él mismo, y su vieja cartera estaba vacía como regla general, sin duda por culpa de aquel trabajo que, aunque odiaba con toda su alma, no podía abandonar. Pero, dejando todo eso a un lado, su mayor preocupación era que no tenía a nadie con quien compartir su vida. Tal vez no tuviera una gran vida que ofrecer, pensaba él, pero el amor nada tiene que ver con eso, ¿no?
Las semanas seguían pasando, una detrás de otra y cada una de ellas igual que la anterior. Y no fue hasta que sus pocas esperanzas estaban al borde del abismo, si es que no se habían evaporado ya, cuando sucedió lo que parecía imposible. Había conocido al fin a una mujer fantástica y, después de un par de meses, su vida se había llenado de luz gracias a ella. Aunque todavía era muy pronto y hablar de una relación seria seguía siendo un tabú, la alegría había enterrado a su tristeza y los días ya no pasaban sin sentido. Eran dos almas perdidas que se habían encontrado por el camino, y disfrutaban de cada momento que pasaban juntos como si fuera el último. Desde luego, él vivió mucho más durante aquellos meses que en los últimos años, y estaba convencido de que ella también. Los dos coincidían en casi todas sus pasiones, sobre todo en la música, todas las semanas iban a bailar a un local donde sólo se escuchaba rock and roll. Puede que la fortuna quedara aún muy lejos, pero ¿acaso era eso tan importante? ¡Por fin había encontrado el amor!
Una noche como otra cualquiera, algo realmente extraño estaba a punto de poner a prueba sus sentimientos. Mientras dormía plácidamente en su cama, el aire de la habitación empezó a volverse espeso poco a poco, hasta convertirse en una especie de humo. Las paredes blancas se tiñeron de rojo, y el frío que congelaba sus pies dio paso a un calor inusual para ser invierno. Una misteriosa figura emergió de pronto entre las sombras, acompañada únicamente de un destello cegador. Cuando abrió los ojos y vio todo aquello no lo dudó ni un instante, tenía que ser un sueño o, más bien, una pesadilla. ¿Cómo iba a ser aquello verdad?, ¡si era el Diablo quien estaba en frente de su cama! La situación se volvió todavía más dantesca cuando aquel personaje se acercó a él y le dijo en un tono relajado: “No estás soñando, he venido a hacerte una oferta”.

Amar con el Diablo, Parte 2:
http://lasvidasquenofueron.blogspot.com.es/2016/10/amar-con-el-diablo-parte-2.html

Pulp Fiction Quentin Tarantino Uma Thurman John Travolta
Foto: Pulp Fiction (1994) Dir. Quentin Tarantino

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Las edades del miedo

Las sombras de la noche habían devorado por completo un día que, hasta ese momento, no había tenido nada de especial. Dos amigos habían sido secuestrados por la oscuridad, apenas podían ver un halo de luz colarse por una ventana rota. Mientras el terror caía por sus frentes en forma de sudor, los crujidos del viejo suelo de madera de aquella casa abandonada se escuchaban cada vez más y más cerca. Atrapados en una angustiosa habitación llena de espejos y muñecos extraños, los dos trataban de aparentar serenidad, a pesar de que el miedo brillaba en sus ojos. Eran jóvenes y estúpidos, ¿cómo iban a reconocer que el pánico se había apoderado de ellos?
La idea había sido, cómo no, del más mayor de los dos, el mismo muchacho que a todas horas presumía de que era el chico más valiente del pueblo. Los periódicos de la mañana hablaban de que un loco había escapado del hospital, pero para él eso no era más que la ocasión perfecta para mostrarle a todo el mundo su valentía. Ahora era un hombre, o al menos eso le encantaba decir, ¿por qué debería tener miedo? Las historias que su padre le contaba por la noche cuando era niño ya no le quitaban el sueño, aunque todavía no hubiera logrado olvidar del todo a los monstruos de aquellos cuentos que habitaban sus pesadillas. Habían pasado muchos años, y por aquel entonces era su hermano pequeño el que no podía dormir por culpa de su padre, un hombre que, irónicamente, lo único que temía era que sus hijos pudieran ser algún día los protagonistas de aquellas historias que tanto le gustaban.
A su compañero, por el contrario, no le interesaban lo más mínimo todas esas tonterías de las que el otro siempre estaba hablando. Nunca había sido valiente ni quería serlo, ¿para qué?, el sólo quería despertar de la pesadilla en la que seguían durmiendo. Al final no pudo soportar más la mentira y, lleno de lágrimas, suplicó a su amigo que escaparan de una vez de aquella maldita habitación. Estaba convencido, y al mismo tiempo aterrorizado, de que los inquietantes ruidos que venían desde el pasillo tenían que ser los pasos de alguien acercándose. ¡El loco está aquí!, repetía una y otra vez. ¡Viene a por nosotros!, decía también. Sin embargo, ni siquiera ver a su compañero en ese estado de pánico iba hacer que el atrevido joven reconociera que, en el fondo, estaba tan asustado como él. Dispuesto a negar la mayor hasta morir, no sería hasta que alguien abrió la puerta desde el otro lado cuando dejó escapar todo su miedo con un grito ahogado.

La Noche del Cazador The Night of the Hunter Charles Laughton Robert Mitchum
Foto: La Noche del Cazador (The Night of the Hunter) (1955)
Dir. Charles Laughton

sábado, 24 de septiembre de 2016

Un aventurero en la sangre

A su madre le encantaba tratar de espantar los pájaros de su cabeza, a pesar de que sabía muy bien que no podría evitarlo. Aquel niño soñador había crecido escuchando las increíbles historias de su abuelo alrededor del mundo, y si algo tenía claro era que algún día él también viviría aventuras como aquéllas, o incluso mejores. Tal vez fuera un sueño demasiado ambicioso para uno de los hijos de aquella humilde familia, pero no podía ser de otra manera, la sangre de su abuelo corría por sus venas. Noche tras noche soñaba una misma cosa, algún día volaría lejos de allí.
Y vaya si voló, ¡y lo hizo bien alto! Con apenas veinte años, su familia vio cómo su sueño al fin se hacía realidad. Se marchaba de la casa que lo había visto crecer para vivir aquellas aventuras de las que no paraba de hablar, y lo hacía llevando consigo sólo una mochila roja que se convertiría en su inseparable compañera. Quizá su hermano mayor hubiera sido siempre el más guapo, pero en sus viajes él conocería a muchas más mujeres de las que había en el pequeño pueblo donde se criaron. Mientras tanto, entre mujer y mujer, él iba visitando muchos de los sitios con los que siempre había soñado, y también muchos otros lugares mágicos de los que nunca había oído hablar. ¡Ni siquiera el abuelo podía haber estado en tantos!, pensaba él. Del ardiente desierto a las montañas más heladas, pasando por las islas más perdidas, en pocos años ya había recorrido más de medio mundo. Conoció tantas culturas como aventuras vivió, muchas de ellas convertidas en auténticas leyendas allí donde ocurrieron. Y aunque todos sus viajes no siempre acabaran bien, para él eso era sentirse vivo.
Pero los años también volaron, y el tiempo hizo simples anécdotas de sus grandes aventuras, como las que su abuelo le contaba de pequeño. Su vida era ahora bien distinta, después de varios años pensándolo, por fin dio el gran paso y sentó la cabeza. De vez en cuando, los exóticos lugares que había conocido aparecían ante sus ojos sin previo aviso, sólo para esfumarse un instante después. Pero tenía un trabajo genial y una bella mujer que le había dado ya varios hijos, nunca se había sentido tan feliz. Además, la historia parecía repetirse de nuevo, el mayor de los niños también admiraba las hazañas de su padre. Podría decirse que su nueva vida era perfecta, ¿acaso podía pedir algo más? Sin embargo, aunque no había logrado encontrar nada parecido en ninguno de sus viajes, sabía que algún día volvería a volar como ya lo hizo una vez. ¿Cómo no iba a hacerlo?, la sangre de su abuelo corría por sus venas.

Indiana Jones En Busca del Arca Perdida Raiders of the Lost Ark Steven Spielberg Harrison Ford
Foto: En Busca del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark) (1981)
Dir. Steven Spielberg

martes, 20 de septiembre de 2016

El amor será otro día

 Había pasado demasiado tiempo, tanto, que apenas recordaba si aquello llegó a suceder realmente. Aunque la mayoría de aquellas noches habían sido enterradas en el olvido por el alcohol, no tan lejos de allí había alguien que sabía muy bien que todo aquello había pasado de verdad. Convertido en una triste sombra del hombre que había sido, el orgullo le impedía reconocer que lo único que buscaba en esas mujeres de la noche era intentar revivir aquella sensación que un día dio algo de sentido a su vida. ¿Cómo iba a admitir algo así, si toda su vida había ido bien hasta que conoció a esa mujer?
Pero, aunque todo aquello hubiera ocurrido, ¿podría importarle a alguien lo más mínimo? Dos idiotas se conocen, se enamoran y luego pasa todo lo demás. Historias de amor y desamor que se escriben y se borran todos los días, ¿acaso no hay nada más importante que eso? Cuantas tonterías llega a hacer la gente por amor, y cuantas cosas que importan de verdad quedan sin hacer. Así es como pensaba ella ahora, estaba convencida de que sólo así evitaría volver a cometer los mismos errores del pasado. Qué segura había estado de que aquello iba a ser para siempre, y cómo se reía ahora de la niña ingenua que sólo se engañaba a sí misma. Había crecido, y aunque no tuviera todo lo que quería, tenía todo lo que necesitaba.
O, al menos, eso era lo que creían, hasta que una noche como otra cualquiera sus caminos volvieron a cruzarse por un capricho del destino. Algo extraño había ocurrido, no tardaron en darse cuenta de que los reproches ya no estaban donde los habían dejado, el tiempo había cerrado por completo esas viejas heridas. Ninguno de los dos habría imaginado que sería eso lo que sentirían al verse de nuevo, y mucho menos que aquel encuentro iba a durar toda la noche. Aunque ya fuera demasiado tarde para el amor, todavía no era tarde para vivir. Pero cuando él despertó por la mañana, nada había cambiado. Su cama estaba tan vacía como siempre, y lo único que le quedaba era, una vez más, la duda de si aquella noche realmente había sucedido.

Memento Cristopher Nolan Guy Pearce
 Foto: Memento (2000) Dir. Cristopher Nolan

domingo, 18 de septiembre de 2016

El éxito era el camino

Su padre, lleno de orgullo, como no podía ser de otra manera, estaba convencido de que él era realmente especial. Tal vez fuera lo que cualquier hijo inspira a sus padres, pero aquella intuición era inusualmente intensa. Los años fueron sucediéndose unos a otros y todo apuntaba a que aquel hombre sencillo no andaba nada equivocado, estaba claro que ese niño tenía algo. Incluso las otras madres, a la par que se consumían por la envidia, podían ver con claridad que él era distinto. ¡Qué orgulloso habría estado el abuelo de todo lo que estaba por venir!
El niño se hizo hombre, y el camino hacia el éxito fue rápido y dichoso. La gente recordaba la gracia que tenía aquel niño encantador, pero volverse todo un galán hizo que las mujeres recordaran sus encuentros por algo más que eso. Y cómo disfrutaban sus amigos de las mágicas notas que salían de las manos de ese artista, el mismo que un día fue aquel niño que tanto llamaba la atención por la creatividad que los demás no tenían. Puede que sus sueños de pequeño no fueran nada más que disparates, pero con el tiempo aquellas ilusiones se convirtieron en ideas que le ayudaron a alcanzar la cima del éxito. Nada volvería a faltar nunca más en la familia, a pesar de que la suya hubiera sido una infancia realmente difícil. Todo era perfecto en un idílico presente en el que los treinta todavía quedaban algo lejos, pero su mirada ya sólo estaba puesta en el futuro ahora que su hermosa mujer y él estaban esperando al que iba a ser el primero de sus tres hijos.
Pues bien, después de haber tenido el placer de gozar del maravilloso cuento que había sido su vida, allí se encontraba. Lo único que tenía enfrente era otro muchacho, más o menos de su edad, tan asustado como él. Una guerra a la que ninguno de los dos había encontrado nunca el sentido, quizá por el simple hecho de que no lo tenía, podría estar marcando el fin del camino. Aquel otro chico todavía no tenía tanto que contar algún día a sus nietos pero, al igual que todos, no dejaba de tener una historia que aún no había acabado de escribirse.

War Horse Steven Spielberg
Foto: War Horse (2011) Dir. Steven Spielberg

martes, 13 de septiembre de 2016

La compañía de la soledad

La soledad que estaba devorando su alma había sido, un par de años atrás, aquello con lo que más fantaseaba. En su mente no dejaban de agolparse recuerdos, algunos felices y otros no tanto, que en su día fueron momentos a los que no daba ninguna importancia. Tal vez nunca fueron importantes, puede que tan sólo fuera uno más de los efectos de una locura que por aquel entonces era su única compañía. Una horrible melancolía llegó de la mano del tiempo que tan lentamente transcurría en aquella isla perdida, una amarga sensación que le hacía añorar incluso lo que más odiaba de su antigua vida.
Esas corbatas que apenas le dejaban respirar, las mismas que tenía que llevar todos los días en el trabajo del que tanto se quejaba con sus viejos amigos los viernes, le parecían fabulosas al lado de los harapos que quedaban de su ropa. De las bebidas con las que disfrutaba ahogando sus penas, y alguna que otra cosa más, casi no se acordaba, el calor era tan sofocante que habría cambiado todo el alcohol del mundo por un trago de agua fresca. ¡Cómo habían cambiado las cosas! ¿Quién habría dicho que las curiosas criaturas que merodeaban por allí iban a despertar algo de ternura en su interior? Nadie se lo podría haber imaginado al ver qué bien lo pasaba cuando iba a cazar todos los domingos, y algún que otro sábado también. Y cómo echaba de menos a aquella mujer que cada noche se preguntaba dónde estaría su marido, aunque ya supiera muy bien la respuesta. Pero de lo que más se acordaba era, sin lugar a dudas, de aquellas pequeñas cuatro paredes que tantas horas contemplaba desde su viejo sofá diciéndose a sí mismo que se merecía algo mejor, ¿qué probabilidad había de acabar en una estúpida isla desde el salón de casa?
Sin embargo, justo cuando había empezado a asimilar que quizá ya nunca volvería y a darse cuenta de lo imbécil que había sido al no haber valorado su vida como debía, de repente apareció la silueta de lo que parecía ser un barco. Podría no haber sido más que una de sus continuas alucinaciones, pero era tan real como el Sol que había abrasado su piel durante los últimos años, ¡al fin había llegado la hora de volver a casa! Parecía que de allí iba a salir un hombre nuevo y, por el contrario, mientras se alejaba de la que había sido su prisión volvieron a su cabeza, poco a poco, las razones por las que nunca había apreciado lo que tenía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, vista desde la lejanía, aquella isla desierta no estaba tan mal.

Náufrago Cast Away Robert Zemeckis Tom Hanks
Foto: Náufrago (Cast Away) (2000) Dir. Robert Zemeckis