Las sombras de
la noche habían devorado por completo un día que, hasta ese momento, no había
tenido nada de especial. Dos amigos habían sido secuestrados por la oscuridad,
apenas podían ver un halo de luz colarse por una ventana rota. Mientras el
terror caía por sus frentes en forma de sudor, los crujidos del viejo suelo de
madera de aquella casa abandonada se escuchaban cada vez más y más cerca.
Atrapados en una angustiosa habitación llena de espejos y muñecos extraños, los
dos trataban de aparentar serenidad, a pesar de que el miedo brillaba en sus
ojos. Eran jóvenes y estúpidos, ¿cómo iban a reconocer que el pánico se había
apoderado de ellos?
La idea había
sido, cómo no, del más mayor de los dos, el mismo muchacho que a todas horas
presumía de que era el chico más valiente del pueblo. Los periódicos de la
mañana hablaban de que un loco había escapado del hospital, pero para él eso no
era más que la ocasión perfecta para mostrarle a todo el mundo su valentía.
Ahora era un hombre, o al menos eso le encantaba decir, ¿por qué debería tener
miedo? Las historias que su padre le contaba por la noche cuando era niño ya no
le quitaban el sueño, aunque todavía no hubiera logrado olvidar del todo a los
monstruos de aquellos cuentos que habitaban sus pesadillas. Habían pasado
muchos años, y por aquel entonces era su hermano pequeño el que no podía dormir
por culpa de su padre, un hombre que, irónicamente, lo único que temía era que
sus hijos pudieran ser algún día los protagonistas de aquellas historias que
tanto le gustaban.
A su compañero,
por el contrario, no le interesaban lo más mínimo todas esas tonterías de las
que el otro siempre estaba hablando. Nunca había sido valiente ni quería serlo,
¿para qué?, el sólo quería despertar de la pesadilla en la que seguían
durmiendo. Al final no pudo soportar más la mentira y, lleno de lágrimas,
suplicó a su amigo que escaparan de una vez de aquella maldita habitación.
Estaba convencido, y al mismo tiempo aterrorizado, de que los inquietantes
ruidos que venían desde el pasillo tenían que ser los pasos de alguien
acercándose. ¡El loco está aquí!, repetía una y otra vez. ¡Viene a por
nosotros!, decía también. Sin embargo, ni siquiera ver a su compañero en ese
estado de pánico iba hacer que el atrevido joven reconociera que, en el fondo,
estaba tan asustado como él. Dispuesto a negar la mayor hasta morir, no sería
hasta que alguien abrió la puerta desde el otro lado cuando dejó escapar todo
su miedo con un grito ahogado.
Foto: La Noche del Cazador (The Night of the Hunter) (1955)
Dir. Charles Laughton
Dir. Charles Laughton
Me encantó Alberto, siempre me pregunté porqué tenemos miedo, sin embargo no todos lo tenemos frente a lo mismo. Tu enfoque me gustó mucho.
ResponderEliminarY lo mismo pasa con el miedo que con otras tantas cosas... Un saludo!
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