La soledad que
estaba devorando su alma había sido, un par de años atrás, aquello con lo que
más fantaseaba. En su mente no dejaban de agolparse recuerdos, algunos felices
y otros no tanto, que en su día fueron momentos a los que no daba ninguna
importancia. Tal vez nunca fueron importantes, puede que tan sólo fuera uno más
de los efectos de una locura que por aquel entonces era su única compañía. Una horrible
melancolía llegó de la mano del tiempo que tan lentamente transcurría en
aquella isla perdida, una amarga sensación que le hacía añorar incluso lo que
más odiaba de su antigua vida.
Esas corbatas
que apenas le dejaban respirar, las mismas que tenía que llevar todos los días
en el trabajo del que tanto se quejaba con sus viejos amigos los viernes, le
parecían fabulosas al lado de los harapos que quedaban de su ropa. De las
bebidas con las que disfrutaba ahogando sus penas, y alguna que otra cosa más,
casi no se acordaba, el calor era tan sofocante que habría cambiado todo el
alcohol del mundo por un trago de agua fresca. ¡Cómo habían cambiado las cosas!
¿Quién habría dicho que las curiosas criaturas que merodeaban por allí iban a
despertar algo de ternura en su interior? Nadie se lo podría haber imaginado al
ver qué bien lo pasaba cuando iba a cazar todos los domingos, y algún que otro
sábado también. Y cómo echaba de menos a aquella mujer que cada noche se
preguntaba dónde estaría su marido, aunque ya supiera muy bien la respuesta.
Pero de lo que más se acordaba era, sin lugar a dudas, de aquellas pequeñas
cuatro paredes que tantas horas contemplaba desde su viejo sofá diciéndose a sí
mismo que se merecía algo mejor, ¿qué probabilidad había de acabar en una
estúpida isla desde el salón de casa?
Sin embargo,
justo cuando había empezado a asimilar que quizá ya nunca volvería y a darse
cuenta de lo imbécil que había sido al no haber valorado su vida como debía, de
repente apareció la silueta de lo que parecía ser un barco. Podría no haber
sido más que una de sus continuas alucinaciones, pero era tan real como el Sol
que había abrasado su piel durante los últimos años, ¡al fin había llegado la
hora de volver a casa! Parecía que de allí iba a salir un hombre nuevo y, por
el contrario, mientras se alejaba de la que había sido su prisión volvieron a
su cabeza, poco a poco, las razones por las que nunca había apreciado lo que
tenía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, vista desde la lejanía,
aquella isla desierta no estaba tan mal.
Foto: Náufrago (Cast Away) (2000) Dir. Robert
Zemeckis
Muy chulo el final ;)
ResponderEliminarEso nos pasa un poco a todos
No será ni la primera ni la última vez que le pase a alguien, desde luego... Un saludo!
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