Aunque todos a
su alrededor jadearan como locos, él había enmudecido por completo. El cañón de
la pistola estaba empapado por el sudor de su sien, y el dedo con el que estaba
a punto de apretar el gatillo no dejaba de temblar. Aquella misma tarde le
habían convencido de que la ruleta rusa no era más que un juego, pero no tardó
en darse cuenta de que los dados y las cartas que tantas horas le habían robado
nada tenían que ver con aquello. Si ganaba la partida, su vida podría volver de
nuevo a la normalidad, por cortesía, eso sí, de la sangre del muchacho que
estaba sentado frente a él.
Su chica nunca
llegó a entender cómo el alcohol había convertido, sin que pudiera darse
cuenta, lo que un día fue su vida en un juego sin reglas. Tan sólo unos meses
atrás pasaba cada noche abrazado a ella, su amor era suficiente para llenar el
vacío de su torturada alma, y así sería hasta que el azar se cruzó por sus
caminos. Un día como otro cualquiera, seguramente un sábado, uno de sus amigos
tuvo una gran idea: ¡qué bien lo iban a pasar en aquel enorme casino que nunca
habían pisado! Y así fue, tanto, que volverían semana tras semana en busca de
aquella sensación. ¿Cómo podían no haber ido antes? Nunca se había sentido tan
vivo, no había apuestas sin copas, y no había copas sin mujeres. En poco
tiempo, aquello se convirtió en su única vida, y todo lo que antes tenía había
desaparecido, incluso ese amigo que había tenido aquella brillante idea. El
alcohol hizo que todo sucediera mucho más deprisa, no fue hasta que llegó al
borde del abismo cuando al fin entendió lo que había ocurrido. ¿De verdad le
debía todo ese dinero a aquellos tipos? ¿Dónde se había metido su auténtica
vida?
Pero todo
apuntaba a que ya era demasiado tarde para hacer preguntas. El delirio del
alcohol pronto dio paso al escalofrío de la muerte, nunca había arriesgado
tanto en ningún otro juego, a cambio de tan poco. Todo por perder y nada que
ganar, ¿por qué llamarían juego a aquella estupidez?, se repetía a sí mismo,
una y otra vez. Justo en ese momento, le pareció ver, escondida entre la
multitud, a su chica, llena de esa luz que ya no brillaba en su vida y con la
mirada clavada hasta el fondo de su corazón. Había ido hasta allí sólo para
rescatarle, pensó él, aunque tal vez no fuera más que un espejismo haciéndole
ver todo lo que había perdido. Sin embargo, todavía era pronto para
descubrirlo, el gatillo estaba esperando.
Foto: El Cazador (The Deer Hunter) (1978) Dir.
Michael Cimino
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