El padre de familia, como cada
mañana, dio un beso en la frente a su mujer y marchó a cumplir con su viejo
ritual. El antiguo espejo de la familia, que había pasado de padres a hijos
durante generaciones, estaba esperando su cita diaria. Aquel hombre trasnochado,
sin salirse lo más mínimo del guión que el tiempo había escrito poco a poco,
miró su rostro reflejado en el cristal después de frotar sus ojos con indiferencia.
Allí volvió a encontrarse con aquel cobarde que tanto le avergonzaba, el mismo
que hacía años había dicho adiós a los sueños de su juventud, ¿y a cambio de qué?
Su futuro estaba atado a esa familia que, con el paso del tiempo, cada vez se
parecía menos a aquella vida que un día pensó que sería para siempre. Sin
embargo, en uno de los rincones del espejo, todavía quedaba algo del reflejo de
sus viejas ilusiones.
El joven hijo, cada mañana, siempre
se quedaba hipnotizado un par de minutos delante del antiguo espejo de la
familia. Apenas había empezado a descubrir qué era eso de la vida en realidad, y
aquella antigualla tenía algo que le atrapaba antes de afrontar cada nuevo día
que se presentaba. Como si de magia se tratara, aquel enorme cristal conseguía
reflejar sus mayores sueños e ilusiones. Una sonrisa idiota invadía su rostro
por completo cada vez que se veía a sí mismo reflejado, ya fuera viajando a aquellos lugares exóticos que no podía quitarse de la cabeza, o conquistando
un nuevo corazón allí por dónde pasara. Poco más podía ver allí aquel iluso, poner
los pies en el suelo era el último de sus intereses, a pesar de que nunca
hiciera nada por sacar aquellos sueños del interior del espejo. Qué rápido iba
a cambiar todo aquello en tan solo unos años, aunque él estuviera convencido de
todo lo contrario.
El anciano abuelo, como no podía ser
de otra manera, cada mañana se miraba en el antiguo espejo de la familia.
Aquella reliquia, con la que tantos momentos había compartido, no reflejaba ningún
remordimiento, ni tampoco ilusiones que ya no vendrían. Aunque necesitó muchos
años para comprenderlo, finalmente se dio cuenta de que, en realidad, aquel cristal
no reflejaba más que lo que cada uno quisiera ver allí. Desde entonces, ninguna
fantasía se paseó por allí para embaucarle, ¿por qué iba a quedarse plantado
allí soñando sin más, en lugar de perseguir sus sueños? Tampoco vería allí nada
de lo que lamentarse, ¿cómo hacerlo, si las decisiones de su vida siempre
habían estado en su mano? Pero, aunque supiera que había estado equivocado toda
su vida, nada le hacía más ilusión que ver a su nieto fantaseando delante del
antiguo espejo de la familia.
Foto: El Show de Truman (The Truman Show) (1998) Dir. Peter Weir